La selección de poemas de Jim Morrison ha sido encontrada más que buscada. En ella se incluyen poemas leídos personalmente por ese moderno juglar ambulante, que fueron grabados en su momento, junto con textos y apuntes escritos en libretas y cuadernos, en hojas sueltas y diarios, que Jim Morrison dispersó como una siembra cósmica hecha al descuido en los puertos de su breve pero alucinado viaje por este incomprensible mundo.
Esta recopilación viene a completar y culminar la selección de poemas no publicados en vida de Morrison, En ambos casos se trata de textos que aparecieron después de la muerte del poeta Jim y contribuyeron rápidamente a enriquecer el mito de su vida, mucho antes de la parcial (aunque impactante) biografía fílmica que le dedicó Oliver Stone.
Como todo cuerpo poético coherente. Los poemas ocultos revelan y encaran las obsesiones de un artista disconforme, que pelea a brazo partido con la América de “frío y blanco pecho de neón”, construida sobre “ciudades podridas, pozos envenenados y calles manchadas de sangre”, donde la madre “fuma diamantes” y la penumbra es profunda y verde. Como en los climas verbales de los autores de la generación beatnik —principalmente Allen Ginsberg y, tal vez, Jack Kerouac—, Morrison encuentra la salida a través de una vertiginosa y señera huida hacia adentro, hacia el “dulce bosque” iniciático de los caminos sin arraigo, la “sala de estar de la pantera” y una naturaleza delirante que no es el valle ecológico posmoderno sino una tierra casi espiritual, en la cual puede hallarse a Dios sin ir necesariamente a su encuentro.
El poeta sabe que es un iluminado sencillo y sin pretensiones: ni un resentido urbano como Baudelaire ni un médium semidivino al estilo de Hölderlin. Es un rebelde que se manifiesta a través de los mass media, que empuña la guitarra eléctrica y canta como el “sabio sátiro” que es. Se lanza arriesgadamente al centro del rodeo (“¿qué estoy haciendo en la arena de la plaza de toros?”) porque sabe que, desde ese mismo lugar, puede conseguir “que la Tierra se detenga”. Su convicción apabulla, hoy, en estos años de escepticismo y patética muerte de la energía vital.
Morrison nos dice que “si el escritor puede escribir y el granjero puede sembrar “es porque es una “conciencia en el vacío”; pero no está solo, como buen “soldado de
las guerras del rock and roll.
¿Filosofía naïve con gesto de disgusto? ¿Evocación emocionada del mundo de Elvis, transgresor pero esperanzado, que se siente morir un poco con Brian Jones?
¿Afirmación ególatra de un poder dudoso? En Morrison las dudas son una forma de la certeza; en todo caso, él cree desesperadamente. No olvidemos que vivió en una época vital y extrovertida.
Los poemas ocultos permiten apreciar al gran poeta que fue Morrison mientras cantaba en la dionisíaca y mística elevación del rock naciente. El planeta le quedó
chico. Por eso su voz sigue sonando y aún ahora pueden leerse sus textos con sabor a eternidad.
NOTA. La mayoría de los poemas incluidos en esta selección carecen de título y,
además, muchos de ellos son muy breves.